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[one][notification type=”default”]El Padre Pedro Pablo Garín, párroco de Nuestra Señora del Rosario, en Las Condes, Santiago, comparte su personal testimonio de las gracias derramadas por la Adoración Eucarística.[/notification][/one]

Padre Pedro Pablo

A poco llegar a la parroquia Nuestra Señora del Rosario, hice una semana de oración junto a los comprometidos de la pastoral para preguntarle al Señor qué quería de nosotros. Pronto tuvimos la respuesta, pues se despejó el camino para sellar el proyecto de los que pensaron en esta parroquia; Él quería una capilla de adoración perpetua.

Lo hermoso es que al planteárselo a la comunidad en un fin de semana, cerca de 500 personas se comprometieron a apoyar. Y comenzamos, les confieso, con temor pero a la vez confiando en su misericordia. Maravillosamente el Señor ha comenzado por hacernos una parroquia orante, misionera y acogedora, nos ha invitado como sacerdote y en comunidad a estar disponibles para que Él pueda sanar, convertir corazones, llenar de gozo y suscitar una corriente de vida. Yo soy uno de tantos adoradores que nos hemos visto convertidos y sanados en esto que no se detiene y está marcando el corazón de nuestros adoradores y consagrados.

Cuánto quisiera que muchos hermanos sacerdotes se abrieran a esta posibilidad en sus comunidades y parroquias: provocar una revolución de la gracia y de la misericordia con la Adoración Eucarística; sin ella nuestros esfuerzos pastorales mueren, pues no somos nosotros sino el Señor quien puede convertir almas y permitir que su voz se escuche en muchos corazones.

Lo compruebo a diario en tantas personas, jóvenes y adultos, que experimentan el cariño de Dios. Muchos han vuelto a vivir, a reconciliarse con Él, con la Iglesia y con la propia vida. Sé que se están acercando muchos con poca fe, de otra religión y algunos por curiosidad; el imán del Señor es palpable. Estoy acompañando algunas personas que han decidido volver a la Iglesia católica luego que se cambiaran de religión, o incluso después que apostataran de la fe.

Qué mejor ejemplo para decirnos que nuestra Misión territorial (que es poner a la iglesia en misión permanente) debe tener como prioridad llevar a los hermanos a encontrarse con Jesús; y a nosotros, discípulos, misioneros y adoradores, hacernos conquistar la alegría de la fe, de la Eucaristía y del Evangelio.

La corriente de oración nos une a toda la iglesia y a nuestro país. Desde nuestras capillas de adoración todos estamos unidos!