loader image
Adorar en las capillas destinadas a este efecto significa tener un encuentro con Cristo vivo y presente. El Papa Francisco nos llamó la atención a esta realidad: “Creo que nosotros los cristianos tal vez hayamos perdido un poco el sentido de la adoración. Nuestros templos, ¿son lugares de adoración? ¿Favorecen la adoración?”.

Bien conocen los adoradores la maravilla que aguarda en el Tabernáculo, capaz de cambiar la vida en una abrazo de amor divino. En este artículo compartiremos el relato de una adoradora de Talca. Su experiencia, deslumbrante y a la vez íntima, nos revela el amor incomparable de Jesús en su diálogo con las almas:

Seguramente se han hecho esta pregunta: ¿qué es adorar? Yo me la hice también, y recuerdo con total nitidez el día, la hora, la circunstancia. Estaba viviendo mi primer retiro ignaciano, 25 o 28 años atrás, en la casa de retiro Padre Hurtado; el sacerdote, después de la primera reflexión, nos dice que vayamos a hacer nuestra meditación frente al Santísimo en adoración.

No era la primera vez que iba a estar un rato frente al Señor, pero esa vez me surgió la inquietud de si lo que yo hacía era verdadera adoración, y mirándolo, le pregunté:

–‘Señor, ¿qué es adorar? Respóndeme, de verdad quiero saber.’

La pedagogía de Dios al dar sus respuestas

Y ahí me quedé, en silencio, anhelante, esperando su respuesta. Pasó el tiempo y sentí la necesidad de dirigir mis ojos al costado del altar. Me di cuenta que había ahí un hermoso cuadro de la Virgen con el Niño en sus brazos. Dediqué largo rato a observar los detalles de la pintura.

La Virgen contemplaba a su Niñito de manera tan dulce, que me pregunté cómo el artista había logrado plasmar en un lienzo la dulzura de esa mirada. Ella lo envolvía, lo acariciaba, lo abarcaba completo con sus ojos…

Pensé que seguramente le estaría diciendo todas esas cosas que les decimos a nuestros hijos cuando, pequeñitos y confiados, descansan en nuestros brazos: ‘eres maravilloso, no hay niño más hermoso que tú, eres perfecto, eres la fuente de mi alegría, cómo podía vivir hijito antes que hubieras nacido, cuando me miras me haces tan feliz’… y montones de esas cosas que las mamás les decimos a nuestros hijos. De pronto escucho una voz en mi interior que me dice:

–‘¿Lo entiendes ahora? Adorar es contemplar con amor.’

Gracias a Dios estaba hincada, o me caigo al suelo de la impresión. ¡El Señor me contestaba! Lloré de emoción, no podía creerlo. Mis ojos iban del cuadro a la Hostia y de la Hostia al cuadro, una y otra vez.

Cuando al fin me calmé, centré mi vista en Él y así permanecí hasta que, de pronto, comencé a ver como una luz que salía del interior de la Custodia y se extendía cada vez más. Mientras esa luz extraordinaria crecía y crecía, yo me iba haciendo cada vez más pequeñita, diminuta.

Entiéndanme bien: Él no me hizo sentir inferior, sino que percibí la Grandeza de Dios en esa luz inmensa que cubría toda la capilla donde estaba.De pronto, en un segundo la luz fue absorbida de nuevo por la Custodia hasta que sólo quedó la Hostia, pequeña y blanca.

Por segunda vez la voz interior se hizo oír:

–‘Y me quedé en un pedacito de pan para que me puedas contemplar completo…’

¡El creador del universo, el Dios que lo hizo todo de la nada está ahí, en ese pedacito de pan! Y yo y todos vemos a Dios ahí escondido.

Qué es Adorar

Desde ese momento comencé a entender realmente qué es adorar. ¡Dios mismo me lo estaba enseñando! ¿Por ser buena o piadosa? Para nada. Creo que lo hizo por la sinceridad con que la pregunta brotó de mi corazón. Él me la inspiró para que anime a otros a dialogar con Él… y también porque quería que contara a otros adoradores que adorar es contemplar con amor a Dios escondido en un pedacito de pan.

Adorar es expresarle nuestro amor. Adorar es recibir su amor, dejarnos amar por Él. Adorar es hacer silencio exterior e interior para escuchar su Voz —si estoy metida en los ruidos del mundo, si mi cabeza no deja de hablar y decir cosas, no lo voy a escuchar; pero si le pido a Él que me ayude a silenciarme, así lo hará y lo podré escuchar—.

Adorar es reconocer nuestra pequeñez y su grandeza. Adorar es permanecer en su presencia —si no estamos junto a Él en esa horita de adoración ¿cómo nos va a hablar, cómo nos va a enseñar?—. Adorar, por fin, es contagiarse de ese fuego misionero: ser ‘copuchentos’ y contarle al mundo lo que sucede. Somos tan buenos para llevar y traer noticias… ¡Cuántas cosas contamos! ¿Por qué no contar también lo que el Señor hace con nosotros? Cómo Él nos habla, nos ama, nos sana.”


Rosa Fuster