San Juan Apóstol, 27-12-1993
Querido padre Tomás:
En un día invernal, frío y gris, sentado en el avión, no sabíamos si el avión partiría pero finalmente despegó y en pocos segundos se elevó sobre las nubes. La escena era sorprendente. Filas y filas de nubes blancas onduladas matizadas con resplandores de un sol dorado.
Esto, pensé, es lo que cada hora santa debería ser. “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12), Jesús es la luz. El Santísimo Sacramento es Jesús. El Santísimo Sacramento es la luz del mundo. Los pensamientos negativos y depresivos no vienen de Él sino de su adversario.
Cada momento que se pasa en su presencia debería influenciar y cambiar nuestra mente de lo negativo lo positivo. El amor es positivo. “Dios es amor” (Jn 4, 8). Jesús es Dios, por lo tanto, el Santísimo Sacramento es Amor. El poder de este amor está por encima de todo. Así como el avión, el pensamiento nos lleva de lo oscuro, frío y nublado a la cálida, despejada luz del amor positivo.
El ejemplo de San Juan
Con frecuencia oímos decir que esta o aquella persona es “insegura”. Todos somos inseguros. Encontramos nuestra seguridad en la profundidad de su Amor Eucarístico. Esta es la lección de la fiesta de hoy. San Juan se vio a sí mismo como “el que Jesús amaba” y se recostó en su Corazón. En la primera Eucaristía Juan “se recostó sobre el pecho de Jesús” (Jn 13, 23).
Así es como conseguimos nuestra seguridad, recostándonos sobre el Corazón de Cristo. Cuando nos apoyamos en nosotros mismos, nos vemos en la oscuridad de nuestra naturaleza humana caída y por consiguiente somos inseguros.
Recostándonos sobre el Corazón de Cristo, es vernos a nosotros mismos a la luz de su amor Eucarístico. Una sola gota de agua tiene todo el derecho de sentirse insegura. Esa misma gota de agua puesta en el cáliz de vino que se convierte en la preciosísima Sangre de Jesús, tiene un valor infinito.
Separados de su amor, no somos nada y nos sentimos inseguros. Unidos a su Corazón tenemos el valor infinito de la gota de agua que se convierte en vino y que es transubstanciada en la preciosísima Sangre de Jesús.
El orgullo nos sitúa fuera de Cristo. La humildad nos muestra nuestro valor infinito en Cristo, redimidos con su Sangre, protegidos con su Amor. Entonces estamos muy seguros.
No es que Jesús amaba más a Juan sino que Juan estaba más receptivo al amor personal que Jesús le tenía. Por esto se vio a sí mismo como “aquel a quien Jesús amaba”. Él lo sabía, porque tenía una apertura de corazón que le permitía valorar el amor personal de Jesús. Esto es lo que debemos hacer como nos lo dice el Papa en “El Redentor del hombre”.
Juan Pablo II afirma que nuestro amor personal por Jesús en el Santísimo Sacramento, debe ir junto con nuestro amor comunitario por Jesús en la Santa Misa, para que nuestro amor pueda ser completo. Continúa diciendo que “el empeño esencial es el perseverar y avanzar constantemente en la vida eucarística, en la piedad eucarística; el desarrollo espiritual en el clima de la Eucaristía”.
Así como uno no puede estar expuesto al sol sin recibir sus rayos, tampoco podríamos estar en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento sin recibir sus rayos divinos y crecer espiritualmente a la luz de su amor. Una hora santa es recostarse sobre el Corazón de Jesús. Es una lección del Maestro que nos dice que cada uno de nosotros es “aquel a quien Jesús ama”.
Es por esta razón que cada adorador del Santísimo Sacramento debería decir con entusiasmo: “Yo tengo una relación personal con Jesús, mi Salvador”. Pues el Santísimo Sacramento es Jesús en persona.
Juan XXIII en “El diario de un alma” declara que su objetivo era hacer frecuentes visitas al Santísimo Sacramento, donde encontraba seguridad. Esto lo convirtió en el Papa alegre que el mundo llegó a amar.
Juan Pablo I encontró su seguridad en la presencia del Santísimo Sacramento, donde prefería estar en lugar de recibir los aplausos del mundo. Cuando le preguntaban por qué sonreía tanto, él contestaba: “Porque Jesús en el Santísimo Sacramento me ama mucho”.
Juan Pablo II hacía dos horas santas diarias y, según un cardenal muy allegado a él, realizaba por lo menos veinte visitas al Santísimo Sacramento cada día.
La Adoración Perpetua, garantía de seguridad
El obispo John Mage de Clone, Irlanda, estableció la adoración perpetua en la mayoría de las parroquias de su diócesis y las vocaciones se triplicaron en un lapso de tres años.
San Juan Neumann propuso la devoción de las cuarenta horas a los sacerdotes de Filadelfia. La idea fue rechazada porque se pensó que sería demasiado peligroso debido los “no-nada”, un grupo de hombres que aterrorizaban a cualquier inmigrante de Europa. Las horas de la noche eran, se pensaba, las que serían demasiado peligrosas.
Una semana después de la presentación de este proyecto, se originó un incendio en la casa del obispo. Su oficina se quemó enteramente con todo lo que tenía, excepto un par de papeles que quedaron sin ser tocados por el fuego.
El obispo los miró maravillados. Eran sus planes para la devoción de las cuarenta horas. Después Jesús le habló: “Si Yo puedo salvar un par de papeles sin valor de la furia del fuego, cuánto más protegeré a la gente que venga a adorarme en el Santísimo Sacramento”. Tan pronto como la devoción de las cuarenta horas empezó a difundirse, los “no-nada” se desbandaron.
El padre John Randell recibió el mismo mensaje del Señor mientras hacía su hora santa frente al Santísimo Sacramento. Abrió la Biblia en Ageo y Zacarías y leyó estas palabras: “Cuando estés celoso de mi gloria en el santuario, entonces haré que las calles sean seguras para mi pueblo”. El padre John interpretó el “celo” como adoración perpetua. Él estaba en una zona plagada de crímenes en el centro de Providence, Rhode Island. La gente se mudaba de la parroquia porque no era un lugar seguro. El obispo pensaba cerrar la parroquia cuando el padre John recibió este mensaje. Ahora es una floreciente parroquia y la zona se volvió segura gracias a la adoración perpetua.
Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico.