Jueves Santo, 31/3/1994
El Padre Brian Abern concelebró esta noche con nosotros la Misa del Jueves Santo. Vino de Australia a Manila para la Semana Santa. Mientras comíamos me contó la historia de Eilen Forth, miembro de su parroquia. Algo similar les sucedió a Ana Lucía y Nancy Laneri.
Eilen dejó la Iglesia Católica y se unió a la Iglesia Metodista porque decía que Dios no estaba en la Iglesia Católica dado el poco fervor de su gente.
Un día ella volvió a la iglesia sólo para agradecer al padre Abern por todo lo que él había hecho por ella mientras profesaba la fe católica. El padre no se encontraba en la casa parroquial sino en la iglesia preparándose para la misa del Jueves Santo. Ella decidió esperarlo.
Después de la misa, el padre Abern llevó el Santísimo Sacramento en procesión. Cuando pasó por donde Eilen, que estaba sentada en el fondo de la iglesia, el padre Abern la bendijo con la custodia y ella sintió una “marea de amor” muy fuerte, imposible de explicar, pero tan suave como una brisa.
Entonces oyó una voz: “Eilen, Yo estoy en mi Iglesia. Yo estoy aquí realmente presente en el Santísimo Sacramento. Pero la gente no me conoce o no me quiere y me deja solo y abandonado. Ayúdame a renovar mi Iglesia por medio de la adoración perpetua”.
Esto es lo mismo que el Papa Juan Pablo II dijo a la Iglesia una noche de Jueves Santo, en su primera encíclica Dominicæ Cenæ. En esta carta el Papa dice que “la Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad de la adoración Eucarística”. Llamó a la adoración eucarística “renovación auténtica” y exclamó que este fue el principal propósito del Concilio.
Ya Pablo VI, en su encíclica Misterio de la Fe, había escrito que su interés pastoral y su preocupación, era evitar que decayera la esperanza del Concilio. La esperanza de “una nueva era de piedad eucarística extendida por toda la Iglesia”.
Lo que sucedió fue que la adoración Eucarística desapareció casi totalmente después del Concilio. Los apóstoles volvieron a dormirse después que Jesús los amonestó: “¿Es que no pueden velar una hora conmigo?”.
El obispo Fulton Sheen dijo que este fue un pedido que Jesús hizo a sus apóstoles. No fue atendido en aquel momento y hoy tampoco es escuchado por muchos.
¡El Santísimo Sacramento es nuestro Tesoro escondido! Ahora está enterrado en el Sagrario abandonado. Cuando exponemos este Tesoro de amor con la adoración perpetua, nos volvemos ricos con la plenitud de las bendiciones y gracias de Dios. ¡La Iglesia entera se renueva!