Exaltación de la Santa Cruz, 14 de septiembre de 1993
Querido padre Tomás:
Una vez me mostraron una moneda de bronce del siglo III, aparentemente insignificante pero me sorprendí al saber que valía 300 dólares, debido a que estaba sellada con la cara de Constantino. Y justo ese mismo día tenía que dar una charla sobre el Santísimo Sacramento.
La Eucaristía brota de la Pasión de Cristo. Cuando nos acercamos al Santísimo Sacramento NOS ACERCAMOS A LA CRUZ. Durante nuestra hora santa presentamos al Corazón Eucarístico de Jesús aquellas almas más necesitadas de su Misericordia.
Durante nuestra hora santa, aquellos más necesitados de su Misericordia son “sellados” y señalados con la preciosísima Sangre de Jesús. Esto incluye a los que han de morir ese día. Se salvan los sellados con la Sangre de Jesús.
Una noche en la iglesia de San Miguel, acababa de terminar mi hora santa cuando a las cuatro de la mañana llegó una mujer en un taxi. Ella quería que hablase con su hijo que estaba a su lado. Me dijo que una voz la había despertado diciéndole que fuera a la iglesia de San Miguel. Se levantó justo a tiempo pues su hijo estaba a punto de suicidarse. Desde la visita a San Miguel él comenzó a mejorar y ahora está bien.
Otra noche, Nonette se encontraba en la capilla rezando desde las 2 hasta las 3 hrs. –una hora antes que la mía–. Hacía tres semanas que ella había encomendado al Corazón de Jesús a un hombre que estaba destruyendo la moral de muchas de sus amigas. Ella incluía a este hombre en su oración porque sabía que Jesús también lo amaba. Ella terminaba su oración pidiendo a Jesús que trajera a ese hombre a la capilla para así tener la certeza de su conversión.
Al término de las tres semanas, mientras ella rezaba en el mismo lugar, oyó a alguien que sollozaba. Al darse vuelta vio que era ese mismo hombre. Él le explicó que por tres semanas su mente había estado muy confundida. Lo que poco antes había pensado que estaba bien, ahora le parecía que estaba mal. No podía dormir. Esa noche estuvo manejando por toda la ciudad. Cuando pasó por la iglesia de San Miguel vio luz dentro. La luz era atrayente e invitadora. Decidió entrar. Lo que encontró no fue la condena de sus pecados sino que experimentó la tierna misericordia del Santísimo Sacramento. Por eso sollozaba.
Cuando llegué a las tres, para mi turno de adoración, él me contó su historia. Oí su confesión, le di la absolución y desde entonces recibe la Comunión diaria. La hora santa de Nonette fue de más valor que la cara de Constantino en aquella moneda. La preciosísima Sangre de Jesús selló su alma y no pudo escapar de la gracia y la misericordia de Dios.
Querido amigo, si supiéramos el valor de una hora santa, nunca dejaríamos pasar un solo día sin hacerla.
El Santo Padre [Juan Pablo II] dice que la adoración sirve para hacer “reparación” por los males del mundo. No hay límite en el valor de una hora santa, porque los méritos de la Cruz son infinitos. Por eso el padre John Hardon S.J. señala que es absolutamente imposible exagerar el valor de una sola hora de oración en presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento.
Jesús dijo: “Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Con cada hora santa que hagamos atraemos a la parroquia y al mundo entero, las gracias que Jesús obtuvo para nosotros en el Calvario. El triunfo de la cruz es la misericordia que obtenemos del Santísimo Sacramento que sella a todos y a cada uno con la preciosísima Sangre de Jesús.
Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico.