Por Rafael Ruano, adorador de la Capilla de Adoración Perpetua de la Parroquia Nta. Sra. de los Ángeles

Mi vida tiene dos momentos: el antes y el después de haber ido a la Capilla. Sabemos que, tanto en tiempos buenos como en tiempos difíciles, el Señor está con nosotros siempre, pero ¿cuántas veces le damos gracias, le pedimos perdón o simplemente le miramos y pensamos en Él? En mi caso, yo estaba ausente, manejaba mi tiempo con Él a mi modo.

Sin embargo, un día alguien me dijo que había una Capilla de Adoración Eucarística Perpetua, que podía ir cuando quisiera. Bueno, un día fui y me sobrecogieron dos cosas, una fue la fe que “salía” de las personas que estaban allí orando, alabando, adorando.

Custodia, sencilla pero impresionante, estaba Él, a mi alcance, a mi vista, para cerrar los ojos y hablar con Él. Creo que me quedé absorto, pensando en qué decirle, qué pedirle, qué hablar con Jesús Eucarístico. No sé cuánto tiempo estuve, pero aquella visita fue el comienzo de mi adoración al Señor, siempre que puedo, visitas cada vez más, marcadas por la sensación de que estoy con un amigo a quién confiarle lo bueno y lo malo.

La Capilla, como muchas otras, es la oportunidad de estar y hablar con Nuestro Dios, de confiarle todo, de buscar la paz y el reposo que Él da, de darle las gracias, de cerrar los ojos e imaginarte que estás en sus brazos.

Pero la más importante era que en aquella