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Entre los 20 y 27 años estuve muy cerca de la Iglesia, participando a diario de la acción católica; en cambio, entre los 27 y los 57 me mantuve muy alejada. Durante los últimos nueve años, período en que mi hijo estudió en Santiago, mi vida ha transcurrido entre la capital y Curacaví.

No he perdido la fe en Dios y le he confiado nuestras vidas, pero mi fe no la he puesto en práctica, más bien al contrario, cuando escuchaba las campanas de la Iglesia cercana me sentía molesta, lo tomaba como un recordatorio de lo que no era perdonable en los sacerdotes.

“Anda a misa…”

Así transcurría mi vida hasta que una mañana de diciembre 2017, al momento de despertarme escucho una voz que dice:

«Anda a Misa y confiésate, hazlo por tu hijo.»

El fin de semana siguiente invité a mi hijo a Misa, y fuimos. Pasó el verano y surgieron problemas graves en mi relación con él, derivando en peleas y malentendidos como nunca antes.

Fue entonces que aquella frase cobró importancia para mí y comencé a buscar dónde ir a Misa. Un domingo decidí probar en el Monasterio de los Benedictinos, y en el momento de la consagración se abrió mi corazón: sentí la manifestación del poder de Dios, como una inmensidad que no sé poner en palabras. En ese instante comienza un proceso paulatino de la recuperación de la fe. Al día siguiente cumplo con la segunda parte del pedido, que era la confesión.

Pero la situación con mi hijo empeoraba cada día.

Seguí yendo a misa casi a diario y descubrí que en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario, a dos cuadras de mi casa, existe Adoración Perpetua al Santísimo. Comencé a ir una y hasta dos veces al día a rezar y pedirle ayuda a Jesús. Sin embargo, la situación en casa llegó al colmo el 13 mayo (día de la madre, fiesta de Nuestra señora de Fátima y Nuestra Señora del Santísimo Sacramento) cuando, con gran dolor, decidí echar a mi hijo de la casa.

A esa altura mis niveles de angustia se hacían insostenibles. En la noche de un domingo de invierno, recuerdo que estaba tan desalentada que pasó por mi mente la idea de poner fin al dolor y a mi vida. Gracias a Dios pude reaccionar, tomar mi cartera e irme a sentar la capilla de Adoración. Ahí, sentada llorando en la última banca le rogaba a Dios que me ayudara, y fue entonces que comencé a sentir un calor que me abrasaba y que me fue calmando; desde ese día todo comenzó a cambiar.

Nunca más volví a tener esos pensamientos, porque comencé a ser sanada de cuerpo y del espíritu. La relación con mi hijo comenzó a mejorar, empecé a comprender que todo lo sucedido era necesario para mí y para él. Que vivir separados era necesario, hoy sé que yo tenía algo que hacer por los demás.

Una nueva capilla la esperaba

Ya estaba en mi mente la idea de regresar a Curacaví definitivamente, ¡pero cómo podría siquiera pensar en alejarme de la capilla de Adoración de Nuestra Señora del Rosario, si estar frente a Jesús sacramentado era lo más importante que hacía durante el día!

Un día de septiembre visité la Parroquia en Curacaví, ¡y qué grande fue mi sorpresa cuando me comentaron que se estaba construyendo una capilla de Adoración Perpetua! Regresar a Curacaví podría ser una realidad.

A principios de noviembre fui a misa un sábado, y por obra de Dios me invitan a participar en la organización de la capilla de Adoración. Hoy me siento feliz ayudando en el horario de Adoración de madrugada, tocada por la mano de Dios que hace un año me despertó con esas palabras: «Anda a Misa, confiésate, hazlo por tu hijo».

Hoy siento que esas palabras tal vez fueron: «Anda a Misa, confiésate, hazlo por mi hijo».

Porque entendidas así le dan un sentido de permanencia, permanencia que está presente en cada Capilla de Adoración. Pero esto solo lo entiendo hoy, hace un año atrás no sabía siquiera que existiera la Adoración Perpetua.

Las Capillas de Adoración Perpetua son una cadena de amor tan inmensamente importante y tan urgente para tantas personas que necesitan conocer el amor de Dios.

Doy las gracias a cada adorador a lo largo de todo Chile, pero especialmente a los Adoradores de Nuestra Señora Del Rosario, porque gracias a ellos hoy estoy aquí.

Dios los bendiga, y gloria a Dios que está obrando tantos Milagros.

B.