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En el contexto de la pandemia por Covid-19 que asola al mundo y las medidas preventivas para neutralizar su expansión, los católicos se han visto imposibilitados de acudir en forma presencial a los sacramentos. Es así que el Papa Francisco hace algunos días alentaba a los fieles a nutrir sus almas, uniéndose a Cristo Eucaristía, orando a conciencia la llamada “Comunión Espiritual”.

A lo largo de la historia, la Iglesia ha propuesto diversos textos de esta oración que dispone el alma del creyente a la unión con Cristo Eucaristía. Hasta ahora el Pontífice ha utilizado dos fórmulas.

El pasado 19 de marzo, en la Solemnidad de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María y Patrono de la Iglesia Universal el Papa invitó “a todos los que están lejos y siguen la misa por televisión a hacer la comunión espiritual”, con la siguiente fórmula:

“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y en Tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece. En espera de la felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vaya hacia Ti. Que tu amor pueda inflamar todo mi ser, para la vida y para la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo. Que así sea.”

Luego, al finalizar la eucaristía matutina del 03 de abril desde la Casa Santa Marta, el Santo Padre Francisco guió el rezo de la Comunión Espiritual usando la siguiente oración, compuesta por san Alfonso María de Ligorio:

“Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén”.

¿Qué es la Comunión Espiritual?

Al respecto y siguiendo lo establecido en el Concilio de Trento y las reflexiones que en la Suma Teológica realiza al respecto santo Tomás de Aquino, el cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, advierte que: “Hay un modo perfecto y otro imperfecto de comulgar: el modo perfecto identifica comunión sacramental y espiritual, donde la primera nutre a la segunda; el modo imperfecto es tanto el de la comunión sacramental sin el efecto espiritual por la falta de disposición, como el de la comunión espiritual de deseo sin la comunión sacramental a causa de cualquier impedimento”.

La tradición católica –prosigue Ouellet– se apoya sobre todo en la doctrina del Concilio de Trento a propósito de la comunión eucarística distinguiendo claramente tres casos: la comunión sacramental de quien está en estado de pecado, que no es espiritual porque es indigna; la comunión espiritual sin alimentarse del sacramento; la comunión perfecta, sacramental y espiritual. (Avvenire 11 de julio de 2015)

¿Qué es entonces la Comunión Espiritual? En un lenguaje explícito, san Alfonso María de Ligorio en su obra “Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima” lo explicó así: “En un ardiente deseo de recibir a Jesús sacramento (…) la Comunión Espiritual consiste en ponerse en presencia de Jesús Sacramentado y en darle un amoroso abrazo, como si ya lo hubiéramos recibido”.

Dicho esto, la Comunión Espiritual es benéfica para el alma y por ello alentada por la Iglesia en situaciones extraordinarias como la actual pandemia. Bajo este prisma el arzobispo de Milán Angelo Scola en artículo de revista Communio señalaba que “la comunión espiritual es la práctica de comunicarse con el Cristo Eucarístico en la oración, de ofrecerle el propio deseo de su Cuerpo y su Sangre, junto al dolor por los impedimentos para la realización de este deseo” (…) “Es una forma de participación en la Eucaristía que se ofrece a todos los fieles; y es adecuada para el viaje de los que se encuentran en un estado o condición particular. De esta manera, esta práctica refuerza el significado de la vida sacramental”.

Tres manifestaciones extraordinarias de Dios durante la comunión espiritual

comunion espiritualEstos tres relatos citados por Carmelo López Arias en un artículo de Rel, nos ilustran cuán valioso para el vínculo con Dios puede ser el acto de la Comunión Espiritual.

Señala la publicación que San Buenaventura, ya agónico, sufría continuos vómitos y no podía soportar la Sagrada Hostia. En el lecho de muerte, pidió tenerla junto al pecho para hacer una última comunión espiritual. Fue entonces cuando, a la vista de los hermanos presentes, un ángel extrajo una partícula del copón y la introdujo en el corazón del moribundo.

El segundo caso de gracia extraordinaria ocurrió el Jueves Santo de 1250. Por entonces dos fervorosos franciscanos de Gaeta (Italia) se preparaban para comulgar en los oficios, cuando el superior les envió a limosnear pan. Al regresar al convento, el sacramento ya había sido administrado. Así que se arrodillaron ante el altar para hacer una Comunión Espiritual: “La obediencia”, protestaban ante el sagrario, “nos ha privado del consuelo de recibiros; no nos privéis, al menos, de vuestra divina bendición”.

A los pocos instantes de pronunciar estas palabras, el mismo Jesús salió del monumento: “Yo soy el Salvador a quien invocáis, he escuchado vuestros deseos y voy a satisfacerlos”. Y les dio de comulgar, además de dejar en el pavimento del altar las huellas de sus pies, todavía hoy objeto de veneración.

Finalmente, está el caso que refiere el capuchino Fray Ambrosio de Valencina (1859-1914) sobre una niña, Rosalía, cuya santidad intrigaba a su amiga Conchita. Un día la sorprendió en su habitación, de rodillas ante el Sagrado Corazón, con el rostro encendido y “como fuera de sí”. “Estoy comulgando”, le dijo, y le explicó que se trataba de “la comunión espiritual, para estar más estrechamente unida con Jesucristo deseando ardientemente recibirle y tenerlo en el corazón”. Rosalía confesó a su amiga que todas las noches se acostaba deseando amanecer en el cielo.

Aquel verano, Rosalía se despertó con el Sol una mañana y consagró el primer instante, como hacía siempre, a su devoción favorita. Su ángel de la guarda, a quien Jesucristo había ordenado llevarla ese día al Paraíso, aprovechó tal ímpetu de amor divino para cumplir el mandato.


Fuente: Portaluz.org