[notification]San Pedro Julián Eymard, fundador de los Padres Sacramentinos, tuvo un amor radical a Jesús en el Santísimo Sacramento. Predicador solicitado, la elocuencia se une a su fe ardiente en textos como el que presentamos a continuación, en donde nos recuerda que María fue la primera en adorar al Verbo de Dios desde el momento de la Encarnación, y analiza su ejemplo:[/notification]
Nuestra vocación, que de una manera especial nos liga al servicio del rey de los reyes, nos impone más perentoriamente el deber de recurrir a la intercesión de María. Jesús es el rey en la Eucaristía, y quiere tener a su servicio siervos ejercitados y diestros que hayan hecho ya su aprendizaje; antes de comparecer ante el rey, hay que aprender a servirlo.
Pues bien: Jesús nos ha dejado su Santísima Madre para que sea madre y modelo de los adoradores. Según la opinión más común, la dejó veinticinco años en la tierra, después de su Ascensión a los cielos, para que pudiera enseñarnos a adorar con perfección.
¡Qué hermosa vida la de esos veinticinco años pasados en adoración!… Jesús no quería quedarse en el divino sacramento sin la compañía de su madre, no quería que la primera hora de adoración eucarística fuera confiada a pobres adoradores que no sabrían desempeñar este oficio de una manera digna. Los apóstoles, absorbidos por su obligación de velar por la salvación de las almas, no podrían consagrar mucho tiempo a la adoración eucarística; si bien su amor los hubiera fijado al pie del tabernáculo, su misión de apóstoles los reclamaba en otro lugar; y en cuanto a los cristianos, a modo de tiernos párvulos envueltos todavía en pañales, necesitaban de una madre que se ocupase de su educación, de un modelo que pudieran copiar, y fue con este doble fin que Jesucristo les dejó su Santísima Madre.
Una adoración incomparable
Fue María la primera en adorar al verbo encarnado, cuando, ignorado de todo el mundo, se hallaba encerrado en su seno virginal. ¡Qué homenajes tan dignos recibió nuestro Señor en ese primer tabernáculo animado! ¡Qué bien servido se vio mientras habitó en él! Jamás ha encontrado desde entonces un copón de oro más precioso ni más puro… Jesús se complacía en esta adoración de María más que en la de todos los ángeles del cielo. ¡El señor ha colocado su tabernáculo en el sol!, dice el salmista; este sol no es otra cosa que el corazón de María.
También en Belén fue María la primera en adorar a su divino hijo, reclinado sobre el pesebre. Ella adoró con un amor perfecto de virgen madre, con un amor de dilección, según la expresión del Espíritu Santo, sólo después de ella se acercaron a adorar san José, los pastores y los magos; María abrió ese místico surco que había de bifurcarse luego y ramificarse por todo el mundo.
Qué pensamientos tan sublimes, tan divinos, debía desarrollar en su adoración. María continuó adorando a Nuestro Señor en su vida oculta en Nazaret, luego en su vida apostólica y hasta sobre el Calvario, donde su adoración fue el sufrimiento.
Aprendamos del ejemplo de María
Estudiemos la naturaleza de la adoración de María. Ella adora a nuestro Señor siguiendo sus diversos estados; adapta su adoración al estado de Jesús; el estado de Jesús determina el carácter de su adoración.
María no permaneció en una adoración invariable, sino que le adoró primero anonadado en su seno; pobre luego, en Belén; artesano en Nazaret, y más tarde evangelizando y convirtiendo a los pecadores; le adoró en su agonía sobre el Calvario, sufriendo con Él; su adoración seguía todos los sentimientos de su divino Hijo, que le eran bien conocidos y manifiestos; y su amor la centraba en una perfecta conformidad y armonía de pensamientos y de vida con Él.
También a vosotros, adoradores, se os recomienda esto: adorad siempre a Jesús sacramentado, pero variando vuestras adoraciones, del mismo modo que la Santísima Virgen variaba las suyas. Relacionad y haced revivir todos los misterios en la Eucaristía; sin esto incurriríais en la rutina. Si el espíritu de vuestro amor no es alimentado por medio de una forma, de un pensamiento nuevo, os hallaréis lánguidos y secos en la oración.
Celebrar toda la fe ante el Santísimo
Es preciso, pues, celebrar todos los misterios en la Eucaristía, como hacía la Virgen en el cenáculo. Cuando ocurría el aniversario de los grandes misterios que se habían cumplido ante sus ojos, ¿creéis acaso que ella no renovase en sí todas las circunstancias, las palabras y las gracias de los mismos? Cuando llegaba la Navidad, por ejemplo, ¿creéis que María no recordaba a su divino Hijo, entonces oculto bajo los velos eucarísticos, el amor de su nacimiento, su encantadora sonrisa y las adoraciones suyas, así como las de san José y de los tres reyes magos?
Con esto se proponía ella regocijar el corazón de Jesús, renovándole el recuerdo de su amor, y esto lo repetía en el aniversario de todos los demás misterios.
Oración
María ¡enseñadnos la vida de adoración! Haced que también nosotros, como vos, sepamos encontrar todos los misterios y todas las gracias de la Eucaristía; que sepamos hacer vivir el Evangelio y leerlo en la vida eucarística de Jesús.
Acordaos, oh nuestra Señora del Santísimo Sacramento, que sois la madre de los adoradores de la Eucaristía.
Fuente: Revista “Adoradores” (Argentina), n° 97, mayo 2017