Oh Jesús, redención, amor y deseo nuestro,
yo os invoco y clamo a Vos con un clamor grande
entréis en ella y la ajustéis
y unáis tan bien con Vos
que la poseáis sin arruga ni mancha alguna;
pues la morada en que ha de habitar un Señor tan santo como Vos,
muy justo es que esté limpia.
Vos habéis fabricado este vaso de mi corazón;
santificadlo, pues;
vaciadlo de la maldad que hay en él,
llenadlo de vuestra gracia,
y conservadlo lleno
para que sea templo perpetuo y digno de Vos.
Dulcísimo, benignísimo, amantísimo,
carísimo, potentísimo, deseadísimo,
preciosísimo, amabilísimo y hermosísimo Señor,
Vos sois más dulce que la miel,
más blanco que la nieve, más suave que el maná,
más precioso que las perlas y el oro,
y más amado de mi alma que todos los tesoros y honras de la tierra.
Pero cuando digo esto, Dios mío, esperanza mía,
misericordia mía, dulzura mía,
¿qué es lo que digo?
Digo, Señor, lo que puedo y no digo lo que debo.
¡Oh si yo pudiese decir lo que dicen y cantan
aquellos celestiales coros de ángeles!
¡Oh cuán de buena gana me emplearía todo en vuestras alabanzas,
y con cuánta devoción, en medio de vuestros predestinados,
cantaría mi alma vuestras grandezas,
y glorificaría incesantemente vuestro santo nombre!
Como no hallo palabras para glorificaros
dignamente os suplico no miréis tanto a lo que ahora digo,
cuanto a lo que deseo decir.
Bien sabéis Vos, Dios mío,
a quien todos los corazones están manifiestos,
que yo os amo y quiero más que al cielo y a la tierra
y a todas las cosas que hay en ella.
Yo os amo con grande amor y deseo amaros más.
Dadme gracia para que siempre os ame cuanto deseo y debo,
para que en Vos solo me desvele y medite,
en Vos piense continuamente de día;
en Vos sueñe de noche;
con Vos hable mi espíritu,
y mi alma siempre platique con Vos.
Ilustrad mi corazón con la lumbre de vuestra santa visitación,
para que, con vuestra gracia y vuestra dirección
camine yo de virtud en virtud.
Os suplico, Señor, por vuestras misericordias,
con las cuales me librasteis de la muerte eterna,
que ablandéis mi corazón,
y que me abracéis con el fuego de la compunción,
de manera que merezca yo ser cada hora vuestra hostia viva.