En la pasada fiesta de Corpus Christi, en Roma, el Santo Padre fue elocuente sobre el Misterio de Amor que encierra la Santa Eucaristía:
“Hemos escuchado: en la Última Cena Jesús entregó su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor infinito. Y con este ‘viático’ lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para llevar a todos el reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el don que Jesús hizo de sí mismo, inmolándose voluntariamente en la cruz. Y este Pan de vida ha llegado hasta nosotros. Ante esta realidad nunca acaba el asombro de la Iglesia. Un asombro que alimenta siempre la contemplación, la adoración, y la memoria.
“Nos lo demuestra un texto muy bello de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así: ‘Reconozcan en este pan, a aquél que fue crucificado; en el cáliz, la sangre brotada de su costado. Tomen y coman el cuerpo de Cristo, beban su sangre: porque ahora son miembros de Cristo. Para no disgregarse, coman este vínculo de comunión; para no despreciarse, beban el precio de su rescate’.
Los peligros de disgregarse y despreciarse
“Hay un peligro, hay una amenaza: disgregarse, despreciarse. ¿Qué significa, hoy, este ‘disgregarse’ y ‘despreciarse’?
“Nosotros nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros lugares –los trepadores–, cuando no encontramos el valor para testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza. Así nos disgregamos. La Eucaristía nos permite el no disgregarnos, porque es vínculo de comunión, y cumplimiento de la Alianza, señal viva del amor de Cristo que se ha humillado y anonadado para que permanezcamos unidos. Participando a la Eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos incluídos en un camino que no admite divisiones. El Cristo presente en medio a nosotros, en los signos del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere toda laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión también con el más pobre, apoyo para el débil, atención fraterna con los que fatigan en el llevar el peso de la vida cotidiana, y se encuentran en peligro de perder la fe.
“Y luego otra palabra: ¿Qué significa hoy para nosotros ‘despreciarse’, o sea diluir nuestra dignidad cristiana? Significa dejarse corroer por las idolatrías de nuestro tiempo: el aparecer, el consumir, el yo al centro de todo; pero también el ser competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no tener jamás que admitir el haberse equivocado o el tener necesidades. Todo esto nos disuelve, nos vuelve cristianos mediocres, tibios, insípidos, paganos.
Fuerza, perdón y viático
“Jesús ha derramado su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que seamos purificados de todos los pecados: para no disolvernos, mirándolo, saciándonos de su fuente, para ser preservados del riesgo de la corrupción. Y entonces experimentaremos la gracia de una transformación: nosotros siempre seguiremos siendo pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos librará de nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. Nos librará de la corrupción. Sin mérito nuestro, con sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la Magdalena; seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del espíritu; seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliacion, de misericordia y de comprensión.
“La Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios. Aprendemos así que la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino que es la fuerza para los débiles, para los pecadores. Es el perdón, es el viático que nos ayuda a dar pasos, a caminar.
“Hoy, fiesta del Corpus Christi, tenemos la alegría no sólo de celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra ciudad. Que la procesión que haremos al término de la misa, exprese nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos hizo recorrer a través del desierto de nuestras pobrezas, para hacernos salir de la condición servil, alimentándonos con su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Dentro de poco, mientras caminaremos a largo de la calles, sintámonos en comunión con tantos de nuestros hermanos y hermanas que no tienen la libertad para expresar su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos, alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a aquellos hermanos y hermanas a los que ha sido requerido el sacrificio de la vida por fidelidad a Cristo: que su sangre, unida a aquella del Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el mundo entero.
“Y no lo olvidemos: para no disgregarse, coman este vínculo de comunión; para no despreciarse, beban el precio de su rescate.”
Fuente: Radio Vaticano