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Monseñor Ramírez relaciona el amor de los enamorados con la conducta del propio Cristo hacia cada alma, esperando que ella acepte su propuesta de amor infinito.

Solemnidad de Cristo Rey, 22 de Noviembre de 1993

Querido padre Tomás:

¿Recuerdas la película del príncipe africano que va a América para casarse? Se viste como un hombre sencillo para que lo quieran por sí mismo, y llega a conocer en una iglesia a la joven con la cual se enamorará.

Ella acepta la propuesta matrimonial y luego descubre asombrada que es un príncipe disfrazado. El casamiento la convierte en una princesa y en la mujer más rica del mundo.

¡Qué historia estupenda! Pues esto no es una fantasía sino real porque es la historia de amor de Jesús en el Santísimo Sacramento. Él es el Rey buscando a alguien que lo quiera por sí mismo.

En el Santísimo Sacramento Él se viste sencillamente, oculta su gloria. Él viene humildemente hacia nosotros como “el Pan vivo bajado del cielo”. Tan profundo es su deseo de ser amado por sí mismo que se muestra como el más pobre de todos.

Él es el Rey con un corazón romántico merecedor de nuestro amor por todo lo que hizo por nuestra salvación. Esto es la adoración perpetua: proclamar a Jesús Rey dándole el honor y la gloria que le corresponde.

Mediante la adoración perpetua, una parroquia da al Rey todo el amor que Él verdaderamente se merece. Es por esta razón que la liturgia de Cristo Rey empieza con esta oración: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor” (Ap 5, 12).

La adoración perpetua es el romance divino entre Jesús y su pueblo. Es decirle “sí” a su propuesta de amor. Todo lo que Él quiere es nuestro amor, “porque yo quiero amor, no sacrificios” (Os 6,6). Luego, ¡Él nos sorprenderá con la gloria de su Reino!

Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico,


Mons. Josefino Ramírez